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El milagro de la Semana Santa de León


Jueves 31 de marzo, capillos y cíngulos recogidos hasta el próximo 2017. Los últimos redobles han rematado la Semana Santa leonesa, que por lo general, ha dejado buen sabor de boca. A pesar de que sendos días la lluvia evitó la salida procesional de varias cofradías -ambos sábados-, una vez más ha quedado patente la autoridad de uno de los mayores eventos pasionales de España. A una papona de acera como la que les escribe, se le eriza la piel al escuchar el raseado paso de los braceros, el rotundo ritmo de las horquetas, las marchas procesionales de la agrupaciones o de las diferentes bandas de cornetas y tambores de León.



Desde hace seis años «milito» en las filas de Salamanca. En 2010 llegué a la ciudad charra para estudiar, y en 2014 -una vez finalizada mi educación universitaria- formalicé mi estancia gracias al trabajo que hasta hoy desempeño como presentadora en la televisión de Salamanca. Sin embargo, y aunque Salamanca me ha adoptado muy bien, en Semana Santa reverbera la morriña leonesa. Crecí -como muchos otros niños- bailando de un lado a otro un paso imaginario, pisoteando con fuerza el suelo empedrado exagerando la marcha, y sosteniendo entre mis manos una bolsa de obleas que hacía las veces de naveta. Año tras año, y ya van 23, la Semana Santa leonesa me ha acompañado. Y digo 23, porque uno me ha faltado, el pasado, cuando aprendí de la Semana Santa salmantina con mis compañeros cámaras, realizadores y técnicos que se encargaron de retransmitir las diferentes procesiones desde varios puntos de la ciudad. No obstante, siempre seremos leoneses, y el leonés lleva corriendo por sus venas la sangre de la Pasión leonesa.

Tenemos ese característico sentido de pertenencia que nos hace vivir lo nuestro como si fuera el último segundo de nuestra existencia. Sentimos cómo en cada paso se nos clava la madera del trono aunque nuestro hombro no se encuentre bajo la almohadilla, nos emocionamos cuando se nos echa encima el paso de la Virgen o de Jesucristo en alguna de las estrechas calles del barrio Húmedo o del Romántico y nos perturba el silencio de los cortejos más solemnes. 

Tenemos esa Semana Santa que tan pronto está de luto, con el negro impertérrito de las cofradías más antiguas -Nuestra Señora de Angustias y Soledad, 1578; Dulce Nombre de Jesús Nazareno, 1611; y el Santísimo Sacramento de Minerva y la Santa Vera Cruz, 1612- como de repente se tiñe el pavimento leonés de colores: el encarnado terciopelo de la Hermandad de Santa Marta y la Sagrada Cena, fundada en 1945; el morado de la Real Hermandad de Jesús Divino Obrero, de 1955; el tricolor blanco, negro y rojo de la Cofradía de las Siete Palabras de Jesús en la Cruz, de 1962; las túnicas castañas atravesadas por blancos fajines de la Cofradía del Santo Cristo del Perdón, fundada en 1964; las túnicas azabaches que se entremezclan con cíngulo, capillo y bocamangas color rubí de la Cofradía de Nuestro Señor Jesús de la Redención, de 1991; morado y blanco de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Expiración y del Silencio, de 1991; el verdinegro hábito de María del Dulce Nombre, también de 1991; el raso azul celeste del Santo Cristo de la Bienaventuranza, de 1992; el grana y azabache del Santo Cristo del Desenclavo, de 1992; la dualidad entre el blanco y negro del Santo Sepulcro, de 1992; el púrpura y dorado de la Agonía de Nuestro Señor, de 1993; el azul marino de la Sacramental y Penitencial Cofradía de Nuestro Padre Jesús Sacramentado y María Santísima de la Piedad, de 1994; y el negro y plata de la Cofradía del Cristo del Gran Poder.

En total, más de 20.000 papones se pintan de colores por fuera durante los diez días que dura la Semana Santa, aunque durante el resto del año la procesión va por dentro. Papón se hace, y se hace durante todo el año, no solo durante las cerca de 40 procesiones que desfilan solemnes por las calles a lo largo de este periodo. Año tras año también se hace Historia, y se hace Historia de la Semana Santa de León. Porque la leonesa no es como la salmantina, ni como la vallisoletana, ni como la sevillana, ni como la murciana. En cada rincón reina una jerga diferente, costumbres que difieren, protocolos especiales... Todo es distinto, pero todo queda aunado por un profundo y común sentir, aquel que nos hace celebrar como hermanos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo bajo los capirotes. 

O sobre las aceras. 

Porque tan importante es ser escuchado como escuchar, es igual de importante ser papón de acera con devoción, que papón con túnica. Devoción que el próximo año, si Dios quiere, viviré como papona de acera, y como cofrade encarnada de terciopelo en la que para mí es la Semana Santa más especial de España.

Que sea enhorabuena, hermanos. Un año más, León ha hecho Historia.





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