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Ocho mil ochocientos cuarenta y ocho pasos de indómita actitud



Cara norte del Monte Everest | Imagen: Wikipedia

Escribir una historia de superación es sencillo. Contarla, también. Tener la predisposición necesaria para hacerla realidad, no tanto. Usted piénselo durante un segundo: ¿En cuántas ocasiones a lo largo de su vida se ha propuesto metas que a priori podrían resultar difíciles de conseguir? Por lo general, todos tenemos los mismos valores. Por lo general, todos aspiramos a los mismos propósitos. Y por lo general, cuando no conseguimos alguno de nuestros objetivos, le echamos la culpa a quien más cerca se encuentra. ¿Por qué? Porque es más sencillo.



Hace 15 años, el joven sherpa Temba Tsheri conseguía alcanzar una de sus metas más ambiciosas: llegar a la cima del Everest. Por aquel entonces se convirtió en el escalador más joven en alcanzar la mayor cumbre del planeta. Tenía tan solo 16 años, pocos recursos y unas ganas ingentes de superarse. Y con sus ganas, lo consiguió. Metro a metro ascendió una montaña que le superaba en tamaño más de mil veces. Día tras día persistió en su empeño por alzarse con algo que tiene más valor que el dinero: la actitud. Unos años más tarde (en 2010), Jordan Romero, de 13 años, conseguía asimismo sentarse sobre la cima del Monte Everest. Ocho mil ochocientos cuarenta y ocho metros de constancia, ocho mil ochocientos cuarenta y ocho pasos de actitud.

Fíjense por un momento en el término: actitud. Reparen un instante en la historia que acabamos de relatar: altitud. Una simple letra distingue a dos conceptos que en este caso, no son tan diferentes entre sí. La altitud a la que colocamos nuestros objetivos tiene bastante que ver con la ambición, y también con la actitud, puesto que podemos establecer que es la que nos empuja en el camino para mantenernos constantes y seguir escalando aunque el oxígeno falle en determinados momentos.

No obstante, sigamos ejemplificando. Hace apenas unos días fallecía Miguel de la Quadra-Salcedo, atleta con un amplio palmarés, pero sobre todo periodista de raza con grandes dosis de actitud que consiguió escalar las cimas más altas de sus sueños en vida. Don Miguel es un claro ejemplo de que si se quiere, se puede, porque sus logros continuarán palpitando aunque su corazón haya dejado de latir. “Si se quiere, se puede”. Una frase tan utilizada para muchos, que a algunos ya les suena a típico-tópico, pero que sin embargo, esconde un trasfondo más complejo del que aparenta. ¿Qué hace usted para conseguir lo que quiere? ¿Realmente emplea todo su fuelle en sus deseos? ¿Se empeña? ¿Lo desea?

En pleno 2016, en ocasiones miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no le ponemos toda la pasión a la vida que decimos. Los jóvenes se encuentran en ese momento en el que el futuro parece no ser lo suficientemente importante. “Somos jóvenes”, “es muy pronto”, “carpe diem”. Nada más erróneo y más lejos de la realidad. Precisamente por eso, porque hay que aprovechar el momento, porque el tiempo acucia y pasa deprisa, porque la vida discurre sin esperas, porque la juventud se pierde entre las yemas de los dedos… Por ello, hay que empezar a escalar cuando se tiene tiempo para uno mismo. Porque al final, los sueños se terminan posponiendo para el día después. Y para el siguiente, y para el posterior.

Don Miguel de la Quadra-Salcedo comenzó a cumplir joven sus sueños. Y no era de aquellos que posponían sus metas para la siguiente semana. Ni tampoco de aquellos que por perseguir sus sueños no disfrutaban, que no se divertían o que no eran felices. Era de los que exprimía su vida al máximo exponente. De los que pueden, porque quieren. De los que hacen de su vida una aventura para conseguir su sueño, y cada noche se acostaba en su cama pensando en qué viaje embarcarse al día siguiente y cuál sería su próximo “ochomil”. De los que tienen actitud en la sangre y cero excusas. Porque cuando deseas algo, pones todo tu alma y tu corazón en conseguirlo. Ojalá la vida de don Miguel sirva como ejemplo para animar un poco más a la sociedad a soñar de verdad, a empeñarse y a hacer algo más que quejarse y llorar por caminos que ni siquiera se han molestado por empezar. Ojalá la vida de don Miguel saque a algunas personas de su abulia y de la rutina infantil de fiestas y alcohol que exclusivamente les consume. Porque eso no pervive cuando se acaba la vida. Y ojalá como dijo una vez Alejandro Dolina: “aprendan a soñar los que se contentan con sacar la lotería."

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